jueves, 12 de julio de 2012

Un árbol tonto


Se me ha ocurrido, para el post de esta semana, algo que tuve el placer de leer en un blog al que me invitó mi, de  momento única seguidora Maricarmen.  Se trata de incluir un cuento que tenga que ver con el post o con el propio blog, y así lo he hecho.

En este caso, mi difunto albaricoque no ha tenido tanta suerte como el de este cuento que a continuación os remito. Ni yo tampoco porque ya nunca volveremos a comer los escasos albaricoques que daba al llegar la temporada. Lo que sí puedo decir es que a pesar de haber fallecido no se ha hecho leña de él sino que luce esplendoroso en el jardín de mi casa de un color naranja y que además cumple la función nada despreciable que  es la de servir de soporte de los farolillos que previamente hemos  hecho con las bases de botellas de plástico y decorados con cinta de pintor a modo de pantalla en la que  hemos escrito  con rotulador permanente algún poema conocido o , caso de que se tercie, de la propia cosecha;  y que cada noche del verano encendemos sin ningún motivo aparente.  Sospecho  que también hará una función parecida en Navidad o como árbol de Pascua en próximas primaveras. 

Os dejo con este relato que además tiene moraleja.




Un árbol tonto


Había una vez un árbol. Era un árbol bastante bonito, con sus raíces, su tronco y sus hojas. Por cierto, que se llevaban muy bien. Las raíces estaban todo el día trabajando, desde la mañana hasta la noche, sin descansar. Se preocupaban de buscar por debajo de la tierra alimentos y agua y muchas cosas más. Cuando veían algo que pudiera servir, lo cogían. Pero no se quedaban con nada. Todo se lo daban al tronco. Y el tronco, gordo y fuerte, que era un sabio administrador, lo repartía proporcionalmente a las hojas después de efectuar unos cálculos complicadísimos.
Las hojas recibían siempre lo que necesitaban y nunca había habido envidias entre ellas. Todas procuraban estar guapísimas y la verdad es que lo conseguían. La gente que pasaba por allí decía: “¡Vaya árbol más guay!” Pero un día las raíces empezaron a pensar: “No hay derecho. Nosotras nos pasamos todo el santo día bajo tierra trabajando para que estas hojas presumidas coqueteen con los pájaros y con todo el que pasa por delante. ¡No, y no! ¡Se acabó! No queremos ser esclavas de nadie.” Y se cruzaron de brazos, y dejaron de trabajar.
El tronco entonces no podía dar nada a las hojas, y éstas empezaron a ponerse pálidas, pálidas y a agachar la cabeza.
El árbol ya no era bonito. Los pájaros ya no venían a posarse en él. La gente ya no se sentaba a su sombra.
Así estaban las cosas cuando sucedió que se desató una terrible tormenta. Terrible, pero no mala.
Se levantó un viento fortísimo, y empezó a llover a cántaros. El agua entraba en la tierra y empapaba a las raíces al mismo tiempo que el viento sacudía a las hojas de un lado para otro.
Fue entonces cuando la tormenta le dijo al árbol: “Eres un tonto, árbol. Ya no eres bonito. Pero no es porque tus hojas estén amarillas, sino porque has perdido la armonía interior. Estáis así porque raíces, tronco y hojas no os dais cuenta de que todos sois lo mismo: sois el árbol. Las raíces pensáis que trabajáis para que otros se aprovechen, sin daros cuenta de que vosotras también sois tronco y sois hojas. Todos sois todo. Sois uno. Y si os separáis, no sois nada. No existís. Si quieres ser lo que eres, tienes que ser uno.”
La tormenta terrible se marchó dejando al árbol sumido en la calma y el silencio.
A la mañana siguiente, alguien despertó muy temprano al tronco. Eran las raíces que habían madrugado y tenían ya un montón de cosas preparadas para todos.
El tronco no podía creer lo que veía y, con lágrimas en los ojos, comenzó a trabajar y a hacer sus cálculos que resultaban más complicados que de costumbre: tal era la cantidad de cosas que había que repartir.
Las hojas empezaron a tomar buen color y, en pocos días, ya estaban preciosas; tanto, que los pájaros volvieron a posarse y la gente volvió a sentarse a su sombra.
Pero lo más bonito es que todos tenían la sensación de que aquél era un árbol completamente nuevo.
Eugenio Sanz

4 comentarios:

  1. Una historia muy bonita la de este "Árbol tonto", todos deberíamos aprender la lección, y darnos cuenta de que sin armonía interior no somos nada... Mente, Cuerpo y Alma.

    Besos de tu primera seguidora, ya tienes dos ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si, también puede aplicarse al trabajo en equipo, la familia...unas cuantas cosas más. Gracias.

      Eliminar
  2. ¡Hummm! (No sé si será interesante) Bonito cuento. Me ha chiflado el cojín con forma de paramecio y borlón. Volveré otro día a fisgar.
    Saludos desde mi osera
    mamaosa©

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias mamaosa. Llevo un tiempo sin publicar porque no tengo mucho tiempo de hacer más cosas , pero poco a poco vamos tirando.

      Eliminar

Deja tu comentario, así me ayudas a conocer que cosas hay que mejorar. Gracias.